Tierra de Ahulema

Tierra de Ahulema

martes, 29 de marzo de 2011

RETRASOS

Parece que todo está condenado a tener un origen, si bien los temores pueden diluir las primeras imágenes de una realidad.

En este caso creo que todo empezó aquellos días en los que tuvimos que hacer inventario en el almacén.


Era invierno y la sensación de regresar a casa tarde y cansado era mayor y daba más eco a mis pasos arrastrados sobre el empedrado entre un mortecino tráfico a deshoras.

Avanzaba por el pasillo, descalzo sin encender la luz para no despertar a los demás, y antes de abrir mi habitación, me pareció oír una tos, un sonido extraño pero lejanamente familiar. No di importancia al suceso y aunque apenas pude dormir esa noche, el sueño parecía evitarme mientras buscaba una postura propicia para descansar.

Más o menos descansado inicié un nuevo día con la normalidad de todos los demás: café solo en casa acompañando al primer cigarro, el periódico en el quiosco... y el ánimo aburrido del que no regresará hasta tarde. Salí con prisa a un día que pareció transcurrir con la costumbre de tantos otros.

Normalidad hasta unos días después, un nuevo regreso a oscuras, cansado, otro ruido extraño y familiar en mi habitación, y sobre la cama la huella caliente de un cuerpo huido que olvidó el periódico de ese día sobre la almohada. Y otra noche sin sueño, incómodo con el ánimo agitado por una sensación de premura que se agarraba a mi garganta a la vez que pesadilla y vigilia copulaban sobre mi frente.

Todos en casa negaron haber estado en mi dormitorio, todos negaron lo que había sido cierto entre mis paredes. Silencio, extrañeza y un aire que me empujaba a la calle. No tenía conciencia de firmeza, la espalda se removía cada noche desde las escaleras y el pasillo, hasta sentir el aliento de mi puerta en los dedos. Tras ella mis ruidos, mi aliento, mi olor, la certeza, constante, de un cuerpo que parecía huirme todas las noches.

Inquietud, desasosiego y el olvido de dormir, de sentir cómo me ausentaba de mí mismo, atrapado por una presencia intangible y cierta aunque todos la negaran.

Una figura que parecía ir por delante, abriendo paso a mis huellas, un aliento al que perseguía entre el miedo y el ansia.

Tras una línea de tiempo, de días y noches que se desdibujaban entre mis dedos crispados, con la certeza que da la derrota, abrí la puerta y allí me quedé atrapado bajo el dintel, como un ave ensartado en una alambrada. Me descubrí ahí, engendro de mis temores, dormido frente a mí, de pié.

Había llegado tarde a mi propia vida y ahora soy mi propio recuerdo, memoria de aquello que ya estoy viviendo mañana sin el aliento del ahora.



© ANTONIO LINARES FAMILIAR

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