y más que a todos ellos a los que aún no han nacido
ECLESIASTÉS, 4.2
no ha vivido ni el dolor ni la palabra,
ni el crecimiento ni el cansancio de los días,
ni lo ha herido la avidez de los cuerpos
o el tacto de la luz sobre las manos,
y no conoce la agilidad del puma
ni el plumaje vistoso del guacamayo;
ni ha sufrido tampoco el frío inhóspito
ni la humedad agobiante
que detiene las horas;
no se ha probado el viejo vestido de la mar
ni ha tocado el árbol ni la roca
ni conoce el trayecto de la muerte.
Tal vez sea feliz
quien no ha nacido aún,
pero no lleva
ni en la piel ni en la memoria
el gusto de los años,
y la textura del viento
no habita su sangre,
ni ha dado fruto entre sus labios
el grito de la ternura.
Quizás sea feliz
sin el olor del té
y el sabor de la naranja.
Yo no podría serlo.