EN LA CALLE
Siempre le había gustado el olor que deja la piel de mandarina entre sus dedos, pensaba que así llevaba una primavera entre sus manos, un olor dulzón y pegajoso que reportaba algo de niñez a ese rostro tan excesivamente avejentado que distraía su auténtica edad.
Siempre le había gustado el olor de mandarina en sus manos, como si le devolviera las brisas que se perdieron tras sus espaldas.
Siempre se había buscado en ese olor. Por eso, ahora, mientras arrastra los pies empujando lo que fuera un carrito, cuando termina de rebuscar en las contenedores aquello que sólo él considera útil, saca una piel de mandarina de alguna de sus bolsas de plástico y con extraña delicadeza la frota, intentando arrancar las huellas de herrumbre y abandono, sobre sus manos y el gesto recupera un lejano brillo en su mirada.
© ANTONIO LINARES FAMILIAR
Siempre le había gustado el olor que deja la piel de mandarina entre sus dedos, pensaba que así llevaba una primavera entre sus manos, un olor dulzón y pegajoso que reportaba algo de niñez a ese rostro tan excesivamente avejentado que distraía su auténtica edad.
Siempre le había gustado el olor de mandarina en sus manos, como si le devolviera las brisas que se perdieron tras sus espaldas.
Siempre se había buscado en ese olor. Por eso, ahora, mientras arrastra los pies empujando lo que fuera un carrito, cuando termina de rebuscar en las contenedores aquello que sólo él considera útil, saca una piel de mandarina de alguna de sus bolsas de plástico y con extraña delicadeza la frota, intentando arrancar las huellas de herrumbre y abandono, sobre sus manos y el gesto recupera un lejano brillo en su mirada.
© ANTONIO LINARES FAMILIAR
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