LAS JORNADAS ALUMBRADAS DE AMIJÁI
Todo lo que se busca se pierde,
inmensidad tan intensa como oír al eco
devolvernos nuestro nombre.
Tú me hablabas de guerras, Amijái, pero de
qué guerras,
si dentro de mí ya creía anidar espejismos y
pedregales:
desiertos en los que su espíritu me decía:
–Ven solo, pues solo eres:
horas
que aún recuerdo:
mi padre arreglando mis zapatos tras
quitarles el barro pegado:
sencillas y amargas suelas renombrando sus
costuras:
día tras día de los viejos caminos hacia
todas las escuelas del deseo.
Todo era ese momento eterno,
todo era la existencia que se alzaba ante la
noche,
todo era la guerra de mi sangre expoliada.
La vida era ir descubriendo, muy a pesar
nuestro,
que la muerte existía cosida a nuestra
lengua,
a
nuestros sentidos siempre dispuestos para comprender lo desconocido.
Mas ya no había misterios.
Todo lo que deseábamos hacer nuestro ya era
de todos:
repetida oscuridad una y otra vez desde
nuestras oscuridades.
Amijái, mi querido y pequeño Amijái,
qué guerras dijiste que nos destrenzarían,
qué
crepúsculos renacidos dijiste que nos darían pan sin futuro y húmeda harina.
De qué dolor sin corazón me hablaste, Amijái,
de qué premonición sin cuerpo.
De qué
“todo” separabas con cuidado la palabra volver,
para desde ella dar luz a nuestras jornadas.
De qué asombrada realidad te alimentabas
junto al silencio, Amijái:
mi querido y pequeño destino: mi Todo.
de Los
dialectos del éxodo, Colección Monosabio, Málaga, 2007)