UN VIRUS HOMÉRICO
Siempre me consideré un troyano.
Antes que sudista.
Pero no creo en la belleza de la derrota
ni en que una mujer pueda incendiar
el mundo.
El destino ya no cuenta
entre mis tropos.
Intuyo, no obstante,
que en esa ciudad,
entre esas gentes
ardiendo,
una vez descansó
mi corazón.
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