Ordeno la ropa como ordeno los días en la agenda, como cada parte de mi vida o cada acción; todo parece corresponderse con una celda que me da tranquilidad en mis acciones por realizar y así poder conservarlas en la memoria.
Ordeno la ropa una vez más, pero hoy he encontrado en la colada un calcetín desparejado. He buscado, sigo buscando, su pareja; he removido y rebuscado, vaciado cajones y armarios pero la pareja de esa prenda parece no existir.
Si no existe, tal vez, estoy seguro de ello, uno de mis pies ha perdido su identidad, hace que desde una de mis rodillas el riego sanguíneo se pierda en un vacío provocado por un error de colada, por un despiste o porque realmente mi pié ha perdido su ser, arrastrado, no sé dónde, por la prenda impar que no recupero.
Hago memoria, repito, con gestos, el ejercicio de coger la ropa del cesto de mimbre dispuesto para las prendas sucias, retomo el hecho del detergente y el suavizante, sus olores; repito el programa de la lavadora para prendas oscuras; repito esa rutina que llevo ejerciendo desde hace tiempo, y sigo sin recuperar la paridad de mi calcetín.
En la casa vuelvo a volcar los cajones, a abrir los armarios, he aventado mi ropa en busca de una prenda que parece haber huido de mi realidad.
Ahora, agotado de tanta búsqueda, me apoyo en mis muletas y salgo a la calle buscando el desorden al que me invita la ciudad desde mi amputado caminar.
© ANTONIO LINARES FAMILIAR
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