
Como el que espera el aliento de una gárgola, sentado en un rincón a contraluz de la ventana, acumula días en su ropa y en su rostro, abandonado a tantas horas y la mirada hundida en busca de lo que resta de alma.
No hay palabras, ni ruidos, sólo el rumor del polvo al cubrir esa naturaleza muerta: muebles, restos de papeles, botellas, algún plato, vasos y el respirar de esa sombra arrinconada.

Atrapado entre borradores, tras abandonar a la lógica, se entregaba a los sueños como vómitos nocturnos, cazadores de dientes, cruz invertida en dársenas muertas.
Sufría imaginando que las palabras cobraban relieve y se esparcían sobre cualquier superficie, todo objeto o lugar eran susceptibles de ser recorridos en la imaginación o en la fiebre.
Sabía que aquello estaba hecho, hacía mucho tiempo que lo sabía, sólo quedaba un trámite pero no era capaz; sólo acercar el dedo a la tecla le producía un dolor intenso en lo que restaba de su aliento. No podía, el peso de sus pensamientos y de sus párrafos asfixiaban su aliento:
era incapaz de pulsar el punto y final.
Desde ciertos lugares donde no llega el eco de la realidad, algunos foros y revistas especulan sobre lo que será un nuevo éxito literario.
© ANTONIO LINARES FAMILIAR
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