NOCHES DE VERANO
La hora y el lugar parecían propicios; el calor invitaba a abrir las ventanas y dejarse abandonar por los sentidos.
Todo vino en cascada: las caricias, los besos, los susurros, los gemidos, los movimientos de caderas, el roce de los cuerpos, incluso, el sonido de la cama, algo vieja, y los gritos que confirmaban el placer mutuo, extremo.
En mi soledad de verano, siempre envidié a mis vecinos.
© ANTONIO LINARES FAMILIAR
La hora y el lugar parecían propicios; el calor invitaba a abrir las ventanas y dejarse abandonar por los sentidos.
Todo vino en cascada: las caricias, los besos, los susurros, los gemidos, los movimientos de caderas, el roce de los cuerpos, incluso, el sonido de la cama, algo vieja, y los gritos que confirmaban el placer mutuo, extremo.
En mi soledad de verano, siempre envidié a mis vecinos.
© ANTONIO LINARES FAMILIAR
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