Lo sabía.
Sabía que aceptar aquel trabajo le haría desterrar el sosiego y la conciencia; "al menos ahora no hay tanto trabajo como antes" le consolaba ese cuñado animoso, "los de antes, los que empezaron en el 39, esos sí que echaban horas" subrayaba el familiar sin dejar la línea que corre entre la sorna y el acompañamiento.
Lo sabía y así fue. Desde aquel primer día la boca se quedó anclada en un sabor, imposible de arrancar, a coágulo, a pesar del temple que su ánimo parecía albergar. Sí, fue un trabajo corto, esmerado pero no perfecto, pero satisfactorio para sus empleadores; y desde ese primer día dejó de ser él para ser sombra, lo aceptó así, sombra de piel agrietada donde se alojaban, con desgana, todos los alientos quebrados por su trabajo. Desde ahí sus manos se tensaron con el plomo de la obediencia y la efectividad horaria.
Todo tan simple como lo cotidiano.
Sí, desde aquel primer día.
Ahora, que no hay ya ni últimos días, que él ya es víspera de cadáver, se atreve a reconocer, con satisfacción y la boca llena de sabor a coágulo, el orgullo vital de haber sido un buen y eficaz verdugo.
Sabía que aceptar aquel trabajo le haría desterrar el sosiego y la conciencia; "al menos ahora no hay tanto trabajo como antes" le consolaba ese cuñado animoso, "los de antes, los que empezaron en el 39, esos sí que echaban horas" subrayaba el familiar sin dejar la línea que corre entre la sorna y el acompañamiento.
Lo sabía y así fue. Desde aquel primer día la boca se quedó anclada en un sabor, imposible de arrancar, a coágulo, a pesar del temple que su ánimo parecía albergar. Sí, fue un trabajo corto, esmerado pero no perfecto, pero satisfactorio para sus empleadores; y desde ese primer día dejó de ser él para ser sombra, lo aceptó así, sombra de piel agrietada donde se alojaban, con desgana, todos los alientos quebrados por su trabajo. Desde ahí sus manos se tensaron con el plomo de la obediencia y la efectividad horaria.
Todo tan simple como lo cotidiano.
Sí, desde aquel primer día.
Ahora, que no hay ya ni últimos días, que él ya es víspera de cadáver, se atreve a reconocer, con satisfacción y la boca llena de sabor a coágulo, el orgullo vital de haber sido un buen y eficaz verdugo.
ANTONIO LINARES FAMILIAR
¡Hermosa pluma!, Antonio... ¡hermosa!
ResponderEliminarGracias Cristina,muy amable por tu parte
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