El pasado 26 de Junio, Ángel Rupérez publicaba en el suplemento cultural Babelia, dentro de la sección Libro de la Semana, un artículo titulado SEGUNDO ADVENIMIENTO, en principio, tal y como se presenta la página se hablaría de dos libros que coinciden en el tiempo, sendas traducciones de William Butler Yeats: Poesía reunida, traducción de Antonio Rivero Taravillo, una edición bilingüe publicada por Pre-Textos y La Escalera de Caracol y otros poemas, traducción de Antonio Linares Familiar, edición, también bilingüe, publicada por Ediciones Linteo.
Como autor de la traducción publicada por Linteo sigo las reseñas que aparecen de ese trabajo (todas ellas han aparecido en este blog y también se pueden ver en la cuidada página de la editorial en su apartado de prensa). Leo, por tanto, con atención la crítica de Rupérez, se supone que Babelia es, o al menos lo fué, un suplemento cultural contrastado y fiable. Pero la lectura del mencionado artículo me hace ver que se basa solamente en la excelente, cuidada y buenísima traducción de Rivero Taravillo, un trabajo profundo e intenso que ha realizado este poeta y traductor, y merecedor de mejores reseñas; al terminar de leer, y releer, me pregunto y si no habla de La Escalera de Caracol ... por qué lo citan en la página (dan la información básica, es decir, título, autor, traductor, nº de páginas, editorial), tal vez sea para ahorrarse una lectura por parte del crítico y si es así, mejor no citar algo de lo que luego no se habla.
De todas formas esta práctica, lamentablemente, parece habitual, se utiliza el gancho de algunos títulos u obras para luego dedicar los comentarios sólo de algunas de las citadas, una forma de trabajar que va en detrimento de la tarea de crítico y de la fiabilidad de un suplemento cultural que parece enredado en una espiral poco fiable, de información mutilada e incompleta, como recordaba ayer, 21 de Agosto, Sergi Bellver en un interesantísimo artículo titulado Cuento de Agosto, donde con más precisión que mis palabras habla de ese vacío informativo que se produce ahí donde tendría que haber lo opuesto.
No me duele que de mi trabajo como traductor no se hablara, no, me duele el hecho de no citar lo que se anuncia, ni del buen trabajo de una editorial como es Linteo dirigida por Antonio Colinas, cómo se le niega al lector una información previamente comunicada, y de la pérdida de fiabilidad de un suplemento cultural.
A propósito, hoy despertamos con la noticia del fallecimiento de Fogwill cuánto tardarán los "culturales" en dedicarle homenajes varios póstumos recordando su grandeza y sus palabras imprescindibles en la literatura, en fin...
Aquí tenéis el artículo
ANTONIO LINARES FAMILIAR
EL PAÍS
Babelia
CRÍTICA:
EL LIBRO DE LA SEMANA
Segundo Advenimiento
Poesía reunida
W. B. Yeats
Traducción de Antonio Rivero Taravillo
Edición bilingüe
Pre-Textos. Valencia, 2010
824 páginas. 42 euros
La escalera de caracol y otros poemas
W. B. Yeats
Traducción de Antonio Linares Familiar
Linteo. Ourense, 2010
206 páginas. 15 euros
ÁNGEL RUPÉREZ 26/06/2010
"La obra poética de William Butler Yeats se traduce íntegramente por primera vez al español. Una gran noticia que permite apreciar todo el arco creativo de este escritor irlandés, y premio Nobel, que supo ensanchar literaria y simbólicamente su idioma. Mientras su primera etapa es más musical y ensoñadora, la segunda gana en intensidad, dureza y compromiso
La poesía de W. B. Yeats (1865-1939) -editor de W. Blake, premio Nobel en 1923 y gran referencia de la poesía en inglés de su tiempo, junto con T. S. Eliot- presenta dos caras diametralmente opuestas (y en eso recuerda mucho a J. R. Jiménez): la de su primera época, desde 1899 hasta 1914, y la de su segunda época, de 1914 a 1939, año de su muerte. Para la mayoría, Yeats es un poeta importante gracias a esta segunda época, en la que su poesía pierde en musicalidad y suavidad soñadora y gana en densidad, complejidad, intensidad y dureza. Para la traducción es más agradecida -con diferencia- su primera poesía porque la suavidad soñadora se incorpora con más facilidad a nuestra lengua. La segunda es mucho más compleja y difícil de traducir porque los esfuerzos conceptuales que hay en ella y el austero lirismo que los suaviza se secan en cuanto les falta el apoyo de la métrica y la rima, siempre constantes (Yeats nunca quiso saber nada del verso libre: le parecía una concesión a la facilidad y una traición a la tradición). De ahí la sensación que tiene este lector con frecuencia de aridez y falta de atractivo, como si la pura y dura prosa versificada nos acompañara. Los esfuerzos del traductor en este sentido han sido por completo loables, pero los resultados no siempre han acompañado. Momentos de plenitud y momentos de grisura, decisiones mejorables y dianas absolutas, palabras o expresiones inaceptables para mí (magín, gacha, por cima de), injustificadas si nos atenemos al original, o traducciones sencillamente mejorables, quizás si el criterio se hubiera inclinado hacia la pura y dura literalidad, guiada por holgura de nuestra lengua, ya no sometida al corsé métrico ni a la atadura de la rima, o hacia la traición, si el resultado hubiera mejorado la literalidad, sin atentar por ello contra el sentido último, salvaguardado y respetado. Ahora bien, es fácil decir esto, pero lo difícil es afrontar el reto de nuestro traductor, y los resultados, aunque discutibles a veces, y mejorables otras, deben ser respetados y valorados como extremadamente honrados y laboriosos. Esta traducción es, en general, solvente, a menudo brillante, y otras más árida y seca. Pero ¿quién la hubiera mejorado drásticamente?
En cuanto a la edición en sí, es la primera vez que se traduce íntegramente al español la poesía de Yeats. El criterio seguido por los editores se adapta al de las ediciones más reconocidas en estos dos aspectos controvertidos: colocar Las errancias de Oisin al comienzo del volumen, en vez de en un apéndice al final (como solía hacerse antes de la edición de A. N. Jeffares (Londres, 1989) y aún lo siguen haciendo otros, como R. J. Finneran (Nueva York, 1989), y dividir los últimos poemas en dos volúmenes distintos, como, al parecer, era la voluntad del propio Yeats: Nuevas poesías y Últimas poesías (durante mucho tiempo, sin embargo, esta parte última de la poesía de Yeats se editaba como Last Poems, sin más). A eso hay que añadir la elegancia del volumen, de una exquisitez en cierto modo incompatible con los tiempos que corren y, por eso mismo, aún más valiosa.
Digamos ahora unas palabras sobre la poesía en sí de Yeats. Sus primeros libros, desde Las errancias de Oisin (1889) hasta El Yelmo verde y otros poemas (1910), pasando por Encrucijadas (1889), La rosa (1893), El viento entre los juncos (1899) y En los siete bosques (1904), muestran a un poeta completamente sumergido en las corrientes literarias inglesas de su tiempo, marcadas por la influencia del prerrafaelismo -William Morris sobre todo-, y del simbolismo importado de Francia por su amigo Arthur Symons. Todo este mundo de evocaciones, ensoñaciones y vagabundajes quiméricos dejó casi de existir a partir de su libro Responsabilidades (1914), en el que, bajo la influencia de quien fue su secretario por una temporada (1913-1916), Ezra Pound, depuró su lengua, la desnudó y la tensó sobremanera, con el fin de que pareciera intensa y verdadera además de más impersonal (máscaras donde ocultarse). Es la época de libros como Los cisnes salvajes de Coole (1919), Michael Robartes y la bailarina (1921), La torre (1928), La escalera de caracol y otros poemas (1933), Nuevas poesías (1938) y Últimas poesías (1939). En ellos la memoria desplegó toda su fuerza en sensacionales poemas elegiacos como En memoria de Eva Gore-Booth y Con Markiewicz, En memoria del comandante Robert Gregory o el magistral Regreso al museo municipal, uno de los mejores poemas sobre la amistad que he leído en mi vida, si no el mejor: "Si queréis juzgarme, no juzguéis solamente / este libro o aquel, venid a este lugar sagrado /donde cuelgan los retratos de mis amigos, y contempladlos".
Para Yeats la poesía denuncia y, al mismo tiempo, formula aspiraciones insaciables e ideales, como ese anhelo de la Unidad del Ser en medio de los fragores de un apocalipsis que parece estar a punto de llegar, tal como revela su escalofriante poema El segundo advenimiento: "Todo se desmorona; el centro cede; / la anarquía se abate sobre el mundo, / se desata la marea ensangrentada, y por doquier / se anega el ritual de la inocencia...". Pero, además, la poesía plantea al poeta en el plano individual una difícil y casi dramática cuestión: o escoger la vida (una mansión celestial) o la obra, como declara su poema La elección. Escogida la obra, al final sobreviene la corrosiva sensación de descontento con su propia poesía, proclamada poco antes de morir: "Convoco a aquellos que me llaman hijo... / para que juzguen lo que he hecho... / Yo no puedo pero no estoy satisfecho".
Todo ello entretejido por la presencia obsesiva de esa vejez torturante que se adueña como un espectro andrajoso de la vida del poeta y que deambula inútilmente por los escenarios de una sexualidad intimidante y cruel, en esos célebres poemas -Bizancio, Rumbo a Bizancio- en los que el placer acosa literalmente al viejo impotente que acaba refugiándose en una súplica: "Consumid mi corazón; enfermo / de deseo, y atado a un animal que muere, / desconoce lo que es; y haced que me una / al artificio de la eternidad". "
No hay comentarios:
Publicar un comentario