Tierra de Ahulema
viernes, 24 de septiembre de 2010
Poema invitado: "¿Qué mortal..." NOVALIS
¿Qué mortal
Dotado de sensibilidad
No amará, entre tantas
Manifestaciones prodigiosas
Del ámbito en torno suyo,
La luz placentera
Con sus rayos y ondas,
Sus colores,
Su suave omnipresencia
En el día?
Como la más íntima
Sustancia de la vida
Alienta por ella el mundo inmenso
De las constelaciones sin reposo
Flotando en su mar azul,
Por ella alienta la piedra fúlgida,
La planta silenciosa
Y la fuerza,
En continuo movimiento y en multitud
De formas modelada, de los animales;
Por ella alientan
Nubes y aires multicolores
Y sobre todo
Esos extraños sin par
De mirada sensual,
De paso elástico
Y labios sonoros.
Como rey
Telúrico
Cada impulso la conjura
En innumerables mutaciones
Y con sólo su presencia
Manifiéstase la grandeza
De su imperio terrenal.
Me dirijo hacia abajo,
A la Noche misteriosa,
Sagrada e inefable;
En lontananza yace el mundo
Como encimado en una profunda fosa,
¡Cuán yermo y solitario
está su emplazamiento!
Honda melancolía
Vibra en las cuerdas del pecho;
Lejanías del recuerdo,
Deseos de juventud,
Sueños de la niñez,
Alegrías fugaces
De toda una vida
Y vanas esperanzas
Se presentan en vestiduras grises
Como niebla vespertina
Después de ponerse
El sol.
En lontananza yace el mundo
Con sus goces múltiples.
En otros espacios
Tendió la luz
Su toldo festivo.
¿No tornará jamás
A sus fieles hijos,
A sus jardines,
A su morada suntuosa?
Pero, ¿qué brota
Tan fresco y delicioso,
Tan lleno de presentimientos
En pos del corazón
Y se traga auras
De melancolía?
¿Tienes también tú,
Oh fuerza tenebrosa,
Corazón humano?
¿Qué ocultas
Bajo tu manto
Que tan invisible y poderosamente
Me penetra el alma?
Sólo en apariencia eres horrible;
Bálsamo delicioso
Gotea de tu mano,
Del hato de amapolas.
En dulce embriaguez
Abre las pesadas alas del ánimo.
Y nos ofrendas alegrías
Oscuras e indecibles,
Misteriosas, como tú misma,
Alegrías que nos
Dejan entrever un paraíso.
¡Cuán pobre y pueril
Se me antoja la luz
Con sus múltiples elementos,
Cuán alegre y bendito
El adiós a la tarde!
Y sólo porque
La Noche te aparte de los siervos,
Sembraste
En los confines del espacio
Esferas luminosas
Para anunciar tu omnipotencia,
Y retorno,
En tiempos de tu alejamiento.
Más sublime que aquellas estrellas rutilantes
En ese mismo ámbito
Nos parecen los ojos inmensos
Que la Noche
Abrió en nosotros.
Miran más allá
Que los más pálidos
De aquellos incontables ejércitos;
Innecesitados de luz,
Traspasan las profundidades
De un alma enamorada,
Llenando un espacio superior
De voluptuosidad indescriptible.
Dádiva de la reina del universo,
De la gran profetisa
De un mundo sagrado,
De la guarda
De un amor bienaventurado.
Amada, llegas —
La Noche ha venido ya —
Se ha consumado el día,
Mi alma está enajenada,
Y tú eres otra vez mía.
Estoy mirándote en esos profundos ojos negros,
No veo otra cosa que amor y dicha.
Nos hundimos en el altar de la Noche,
En el tálamo mullido
Caen los ropajes;
Y encendidos por la cálida tensión,
Álzase el fuego puro
De una dulce inmolación.
de HIMNOS A LA NOCHE
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