ATONÍAS
Ante la ventanilla del banco, tan frío como el tacto del mármol del mostrador, con el bolígrafo inmóvil entre los dedos, la tinta calvada en la palidez del impreso, se quedó quieto, con la mirada seca y el paladar de talco, sólo un leve aliento parecía silbar entre sus labios.
Acababa de descubrir la razón de su vida átona:
su nombre y apellidos carecían de tildes.
© ANTONIO LINARES FAMILIAR
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