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Se abre la puerta
y frente al visitante
la caricia de un párpado sobre el piano,
el redoble de ginebra oscura
y el humo colgado del paladar
trazan la improvisación del cuerpo nocturno
iluminado por la noche a golpe de baqueta;
no hay miradas que se diluyan en la música,
vuelan sobre cada centímetro,
sobre cada brizna de ese refugio.
Párpado, ginebra y humo,
caudal de ese momento,
se vierten sobre el vaso
que alimenta al viajero.
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