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Traspasa el polvo de la puerta,
y un áspero blanco recibe al visitante:
una herida en la mirada.
El horizonte se muestra acotado
por el desnudo vertical hambriento de ecos
para recordar el dolor del frío.
Así el recién llegado se estremece:
con el olvido de su propio caminar
sobre la madera nueva;
lleva el sabor a bruma en la garganta
como duelista mordido por el acero;
con la sombra de su mano
sujeta la única herida
y recuenta los huecos del espíritu
para disponerlos entre vacíos
orientados de levante a poniente.
Antonio Linares Familiar
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